Un viernes, al final de la tarde, volvíamos de “El Ancla”, una popular playa de río que quedaba en Olivos, no tengo la menor idea si todavía existe o si fue “privatizada”.

Es curioso como la mayoría de las playas populares de Buenos Aires fueron robadas del pueblo, y obsequiadas a “yatching” clubes, a
Con la honrosa excepción de San Fernando, donde el “Nene” Viviant recuperó el río para la gente, en el resto de las playas bonaerenses parece una especie de conjuración maligna: “¡Ustedes no tienen derecho a mirar el río, quédense de espaldas a él!!”.

Bueno, mejor volvemos a la historia.
Eramos jóvenes, algunos estudiantes, otros trabajadores temporales y muchos atorrantes. El grupo era nutrido y divertido.

“Pirulo” era lo que se conoce como “un busca”, lleno de picardías argentinas, que algunos llaman de avivadas.
É iba a “El Ancla” para divertirse pero, principalmente, para rebuscársela.
Aprovechava la ida para llevar una caja de cubanitos rellenos con dulce de leche, que colocaba en una bandeja para vender en la playa.

Nos tomábamos el tren del Ramal Tigre del Mitre, para ir y volver.
Algunos sacaban boleto, otros no.
Los que no lo hacían miraban para saber dónde estaba el guarda y se iban corriendo cada vez más al frente o al fondo del tren.
Les dije que era un viernes por la tarde, así que el Mitre venía lleno de pasajeros y eso dificultaba la acción del guarda, que se deslocaba picando los pasajes mientras con voz firme, sin llegar a ser un grito, decía:
¡Pase, abono, boleto! ¡Pase, abono, boleto!
Si no estoy engañado,
los pases eran para la policía, los empleados del ferrocarril, los jubilados y los que tenían necesidades especiales. A estos, que eran pasajeros de todos los días, el guarda siempre los conocía y raramente les pedía el pasaje.


El boleto no, ese era sagrado, te lo pedía siempre y te lo picaba parecía que hasta con rabia: tick-tack , tick-tack!!!-
Yo había sacado boleto ida y vuelta y venía sentado, como quien mira para adelante. Los que no habían sacado pasaje estaban de pie mirando para atrás, vigilando al guarda.
Cuando éste entra en nuestro vagón, los muchachos se deslocan para el siguiente, menos Pirulo que se queda tranquilo como un estanque.
Viene el guarda pidiendo: ¡Pase, abono, boleto! Hasta colocarse frente a Pirulo.
Y Pirulo, serio, echa mano al bolsillo mientras dice: ¡Abono!
- Por favor, me muestra el abono. Dijo el guarda.
- No señor, no tengo. Dice Pirulo.
- ¿Y entonces cómo me dice “abono”? Replica el ferroviario.
Hubo um instante de tensión, um silencio atroz, como si todo el mundo estuviera atento al desarrollo de la acción...
- ¡Abono la multa porque estoy viajando sin boleto!
El tren se sacudía de tantas carcajadas, hasta el guarda se reía tanto que lo dejó ir.