sábado, 17 de enero de 2009

El "Turco" Manuel


Nota: Ésta, como todas las que aquí se escriben, es una historia verdadera por eso los nombres de los personajes fueron cambiados, si existiera alguna semejanza de apodo, nombre o apellido es pura coincidencia. Las fotos no me pertenecen, ni a ninguno de los personajes, las bajé de internet para que tengan idea del estilo o de los lugares
Cuando era estudiante de Derecho, em Buenos Aires, conocí muchos personajes, algunos de valor inestimable, otros no tanto.

Los entrerrianos teníamos por costumbre juntarnos em un boliche de Três Sargentos y Reconquista, el “Bar o Bar” o quizá “Bar...bar...o” (nunca supe cuál era el nombre cierto).

Cierta vez, en ese bar, hice amistad con el “Turco” Manuel. Era una figura de esas difíciles de encontrar, libanés de nacimiento, había llegado a Buenos Aires siendo un bebé y, con la prematura muerte de su padre, se crió en las calles porteñas bajo el cuidado de su madre que poco y nada podía hacer para controlar el espíritu fenício de aventuras que habitaba en Manuel.

Arisco para trabajar, el “Turco” vivia, principalmente, por y de la noche. A veces con mucha plata, otras seco. Su profesión variaba, agente de artistas desconocidos, promotor de modelos, vendedor de negocios mirabolantes y casi siempre imposibles, socio de algún boliche, disco, cabaret o night club, amigo del “jet-set” y de la elite, jugador de tenis, de polo, de rugby, aficcionado al turf, solamente se levantaba de madrugada si fuese para cronometrar algún potrillo.

Lo que tenía el “Turco” era un verso imposible de no ser llevado en cuenta. Envolvente y suave, aunque estuvieras preparado te conducía hacia donde él siempre quería.

Siempre enamoradizo (enamorado y enamorador), Manuel era como primer nieto, vivía alzado. Se había comprometido y “casado” muchas veces, en Argentina, en Uruguay, en Brasil, en el Líbano, en Las Vegas y qué se yo donde más. No despreciaba ninguna dama.

Bueno, no sé si ya les he comentado que a mí me encanta remar, así que estando yo en Buenos Aires, para hacerlo, me había asociado al Club San Fernando, en la ciudad del mismo nombre, cerca del Tigre.
Fue allí que, en el gimnasio, hice una gran amistad con varios jugadores de rugby del Club, que en esa época disputaba la Primera División del Campeonato. Entre tantos, Pepe Matera, era el que más afinidad tenía conmigo y adivinen... era amigo de Manuel.

Nunca supe explicar por qué suceden los encadenamientos de vivencias, pero, para colmo de las casualidades, la mamá del “Turco” vivía en San Fernando.






Así siendo, cierto día, caminaba yo con Pepe por la por la calle Constitución en busca de una remera que él quería comprar. Después de mucho andar consiguió la última “Fred Perry” negra que tanto buscara.

Salimos y nos fuimos a tomar un café em un bar cuando, de repente, entra Manuel con su brillante sonrisa y sentándose en la mesa nos dice: –¡Qué tal, cómo andan? ¡Qué suerte que los encuentro! Caminé toda la mañana atrás de una remerita negra y no la conseguí. Y mirándolo a Pepe continúa: - Acabo de salir de Jazhall (la tienda) donde me contaron que vos compraste la última. ¿Verdad?

-Sí, sí, es verdad, compré la última. Dijo Pepe.

-¡Me la tenés que vender! ¡Por favor, vendemelá! Clamó el “Turco”.

Pepe -¿Sos loco? La acabo de comprar.

Manuel -Es un caso de vida o muerte.

Pepe, sin entender nada -¿Cómo?

Manuel –La necesito sí o sí, con la remerita me salvo yo, te salvás vos y nos salvamos todos.

Entonces le digo –Explicate mejor “Turco”.

Y él responde –Vos también me tenés que ayudar, pero primero Pepe. Lo que pasa es que esta tarde tengo un encuentro con una mujer, (¡Mamita querida!) después van a saber quién es, lo importante es que tiene mucha, pero muuuuchaaaa, plata.
Vamos a ir a San Isidro a jugar al golf con otras personas que nos invitaron y ella me pidió que vaya vestido como ella, con una remerita negra “Fred Perry”, pantalón blanco y zapatos de golf combinados negro y blanco.

Y siguió: -Cabezón, también te andaba buscando, sabés los zapatos de golf que vos tenés y no los usás, los vi en tu departamento. ¿Qué número calzás?

-43.
Le digo.

-¡Justito! Yo calzo 42. ¿Me los prestás?

- Sí, claro, -le respondí- te los regalo, los usé una vez, me los dio una novia que tenía, para que fuera a jugar al golf con el viejo, pero yo no le acierto ni un guachazo a la pelotita. Ya está, son tuyos.

-Gracias hermanito.

-¿Pero qué cuento del tío es éste? Dijo Pepe.

-No es cuento, es verdad, me engancho con esta mina, me caso y nos salvamos todos. Los ojos de Manuel brillaban.

-Te salvarás vos “Turco”. Le digo.

-Noooooo, todos, los voy a invitar a pasar vacaciones en el Mediterraneo, en el yate de ella y en la mansión que tiene en Grecia... después les cuento... ¡Me salvo, me salvo!
-Ya estás de viaje tan temprano? Dijo Pepe.

-Escuchame, por favor, Daniel ya me prestó la BMW, aquélla que está estacionada allá, ¿la ven? ¡Y con el tanque lleno!

Bueno, el cabezón me regaló los zapatos, los voy a buscar ahora. Carlitos me cedió los tacos de golf. Falta que vos me vendas la remerita.

-No!


-Pero no puede ser que me fallés Pepe.

-¡Ya te dije que no!

-Está bien, prestamelá entonces.

-Ni en pedo. Esto es un cuento tuyo para sacarme la remerita.

-Es una tarde, nada más, te la devuelvo mañana, le pido a mi vieja que te la lave y planche o te la llevo a la tintorería. Ya fui a San Isidro y todo San Fernando, no hay remeritas negras

Y bla... bla... bla... y más bla... bla... bla... Hasta que Pepe dice: -Mañana a la mañana me la devolvés, sin lavar y sin planchar.

-¡Hecho! ¿Vamos a buscar los zapatos Cabezón? Te dejo en el depto.

Le respondí: -No, andá vos y decile al Negro Valderrama que te los dé, yo me quedo acá, voy a salir para remar un rato a la tarde.

-Listo. Me voy para allá.

Fue la última vez que lo vimos, salió para el centro con la coupé BMW y todavía en San Fernando, yendo por la Av. del Libertador, en una mala maniobra, se estrelló contra un árbol y murió.

El velorio lo realizaron en la casa de la madre y contar todo lo que ocurrió daría un libro aparte. Pero dos de los fatos que ocurrieron voy a detallar.

El primer caso fue el de las coronas de flores y palmas. Una decía “Tu esposa e hijos”, otra: “Tu legítima esposa”, había también otras con fajas escritas diciendo: “Mónica, la que más te amó”, “La que siempre te amará - Lilí”, “Bety, tu eterna novia” y varias similares.

En un determinado momento las “viudas” se agarraron de las mechas y se armó tal alboroto que casi tiraron el cajón al suelo, fue por poco, las mujeres se revolcaban peleando para ver quien era la “más” legítima, o la más amada. Hasta que doña Fátima, la mamá, hizo sacar todas las coronas y palmas afuera y amenazó con hechar a las que no se comportaran.

Pasé toda la noche velando al amigo, contando cuentos y anécdotas, tomando café y coñac.

El entierro sería a las once de la mañana, pero como a las nueve llegó Pepe con casí todo el equipo de rugby de San Fernando.

Nunca lo había visto así a Pepe, lloraba amarga y desconsoladamente, las personas, al verlo de ese modo, le abrieron paso y yo me aproximé para abrazarlo conmovido.

Pepe llegó hasta el cajón de Manuel y medio como que levantándolo de la solapa le dice:

-¡Turco hijo de una gran p...!!! ¡No me devolviste la remerita!!!

2 comentarios:

Patricia dijo...

Buenísimo el cuento!!! Me encantó!!

PABLO- dijo...

muyyyyy buenoooooo saludos