Las gurisas no eran muy bonitas, pero tampoco feas. Lo que perdían en lindeza lo ganaban en simpatía y alegría. Habían llegado a nuestra gualeya ciudad, oriundas de Villaguay, junto con su familia.
Su padre, el ruso Heineken, nacido en Galarza, era un hombre de unos 58 años y casi dos metros de altura, muy apático para su profesión, era comerciante, hablaba poco y siempre estaba con el ceño frunzido.

Instaladas en la playa rápidamente llamaron la atención, principalmente porque eran muy altas y exuberantes en sus proporciones. Las miradas las buscaban. Sabiéndolas forasteras, la gurisada comenzaba a acercarse, rodearlas sería la palabra más exacta.
Nosotros estabamos en el Náutico, al lado del balneario, jugando “tenis criollo” para el que no sepa qué es eso les explico simplificadamente, es como el tenis, pero lo jugamos con paletillas de madera, listo.
Digo, estábamos jugando cuando llegó el turco Habibe con la noticia de las nuevas gurisas. ¡Seguilo vos hermano!, le dije al turco, y le pasé la paletilla.

Corriendo, superé los pocos metros que había entre el Club y el balneario. Fui directo hacia ellas. Cuando llegué la mayor de las Heineken, Laurita su nombre, estaba de pie sacudiéndose la arena pegada en las piernas y cola.
¿Precisás una mano? Le digo desfachatadamente mientras practicaba mi mejor sonrisa.
¡Hay qué pena! –dijo riéndose- Era el último chiquito de arena. Pero de aquí a un ratito me siento de nuevo y quién sabe no te necesito. ¡Ja ja ja ja ja!
Fue el inicio de una divertida amistad que duró mucho tiempo, hasta que las circunstancias me hicieron salir del país. Pero esa es otra historia.
Quince días después, Laurita y Olga -su hermana- habían dejado de ser extrañas en el nido gualeyo y estaban incorporándose gradualmente al conjunto.
En Febrero era el cumpleaños de Olga, la más chica. Aunque, como ya dije, tenían un tamaño más que considerable (¡eran grandotas che!) la gurisa cumplía apenas 16 años, Laura tenía 17.
Fui convidado al cumple, junto con la vagancia, el Patita Espinoza, el Negro Valderrama, el Tuerto Aníbal, Pinocho, el Rengo Capitán, el Pincha Adler y otros. Había mucha comida y bebida, pero poca gente.

Patita, como siempre, estaba mamado y cazando “pipos” - ¿Qué son “pipos”? Le pregunté una vez. -No sé, todavía no agarré ninguno. Me respondió.
El Negro enamoradísimo de una rusita, prima de las gurisas, llegada de Tala.
El Pincha Adler, como en casa, comiendo butifarras, queso de chancho, chucrut y un montón de porquerías que habían preparado los rusos.
El Tuerto Aníbal estaba medio asqueado con la comida a base de cerdo. Él no era religioso practicante, pero nunca se olvidaba de su raíz judía. No comió nada. Tal vez por eso se fue temprano, claro que acompañado.
Yo andaba mirando para un lado y para el otro, a ver qué se podía encontrar de interesante. Estaba con sed y fui hasta la mesa a servirme otra vuelta. Había bastante cerveza, sidra, gaseosas, wisky y otras cosas, pero a mi me gusta el vino y las pocas botellas estaban secas. Le pregunté a Laurita dónde había más y me dijo que en el fondo, con los parientes. Así siendo, bajé las escaleras y encaré para el lado de la reunión familiar. Ya se habían ido todos los parientes y el ruso Heineken roncaba en un sofá.




- ¡Hola! ¿Qué estás buscando? Me dice con una voz ronca y sensual.
-Un poco de vino. Le digo, sin sacarle un ojo de encima.
- ¿No preferís una copa de champagne? Es brut y está bien helado, te va a gustar.
Nunca me la creí y jamás pensé que yo tenía clase, aunque con certeza tenía bastante suerte, el fato es que en esta difícil arte de conversar con una mujer siempre me di bien.
Salimos y nos sentamos en unos sillones del jardín, mientras conversábamos podía sentir que había alguna cosa en el aire, una atmósfera de intimidad se creó rápidamente, una cuestión de piel, yo sabía lo que ella quería, y estaba convencido que ella estaba dispuesta a consentir mis pedidos.
Tal vez haya sido el champagne, el perfume del verano gualeyo, la intimidad de la noche o qué sé yo, en un determinado momento nos besamos.
-Vamos a salir de acá. Le dije ansioso.
Y ella me responde: -No puedo. ¡Si me agarran me matan!
- ¿Pero cómo que no podés? ¡Acompañame! Vamos a dar una vuelta en el auto, si te preguntan algo deciles que fuimos a comprar cigarrillos.
- Bueno vamos, pero me tenés que traer de nuevo, yo salgo por el fondo y te espero, vos andá por adelante.
- Está bien, esperame que ya vuelvo.
Había dejado el saco con las llaves de la chata, arriba, donde la fiesta seguía a todo trapo. Subí corriendo, me lo puse y cuando estaba casi bajando se me cruza Laurita que me dice: - ¿Ya te vas Angelito? Es temprano.
Como ya tenía cierta confianza y complicidad con Laurita le digo: - Sabés lo que pasa, es que allá abajo conocí una mujer linda, envolvente y sensual, me voy a dar una vuelta con ella y después vuelvo.
- ¿Verdad? Me dice. ¿No será alguna de las rusas parientes mías no?
- No, no creo, no se parece en nada con ustedes. ¡Chau!
- ¡Ah no! ¡Yo quiero chusmear, mostramelá!
Como vi que no me iría a dejar en paz, apunté desde la terraza la mujer que me esperaba abajo, diciendo: Es aquella de vestido azul. ¿La ves?
Y tapándose la boca con la mano, mientras suspiraba y abría los ojos, dice: ¡Ayyyy! ¡Noooooooooooo! ¡Mi mamáááááááá!