Cómo fue que conseguí aquello se los contaré en otra oportunidad. El asunto es que comencé con una chatita vieja a la cual le puse una carrocería térmica, que les compré a unos gitanos en Buenos Aires (si quieren reírse, que alguno me haga acordar un día de esos gitanos).
Le alquilé un depósito con cámara fría al “turco” Kalid y la plata se me acababa, compré fiado las boletas en la gráfica, le colgué la cuenta al escribano Careca y como no daba para poner cartel en el depósito, con un resto de tinta antioxidante (anaranjada) que me sobró de pintar la estantería, le escribí pomposamente a pincel sobre la pared celeste de la calle:
Mateaba con el Negro Valderrama cuando llegó la primera carga. No era un camión grande, pero había bastante mercadería. El chofer dijo que él solo transportaba, como no tenía ningún empleado, entre mi amigo y yo lo descargamos.
Después de eso le digo al Negro: Che hermano yo no tengo nadie para ayudarme y vos estás sin hacer nada ¿Por qué no te ponés a trabajar conmigo? No sé cuánto te voy a poder pagar, pero no ha de ser poco. Yo no tengo carnet y vos sí. ¡Ayudame Negro!
- No sé, dijo Valderrama, mirá Cabezón, nosotros somos como hermanos y vos sabés que te quiero mucho, pero si me pongo a trabajar con vos se va a romper la magia de la amistad. ¡No, no te pelo!
-Pero... comencé a decir y él me interrumpió
-¡Escuchame! Lo que puedo hacer es ayudarte, vengo todos los días y manejo la chata, vos me tenés que acompañar y cebar mate. Cuando necesite plata me la prestás y listo.
Yo sabía que lo que me decía era una increíble prueba de amistad y que tenía razón. Por otro lado también sabía que cualquier plata “prestada” nunca sería paga, como jamás cobrada.
- ¡Trato hecho! Dije y le di un abrazo.
¡Qué épocas hermanos! Trabajar mucho, juntar plata... y gastarla en la farra.
En uno de esos viajes, volviendo de Santa Fe, yo manejaba la chata -porque aunque no tenía carnet en Entre Ríos uno manejaba igual- el Negro tallaba el mate paciente y mecánicamente. Cerca del Rincón de Nogoyá se nos atravesó volando bajo una garza blanca que pegó en la caja de la chata.
- ¡Pará hermano! Gritó el Negro. ¡Me parece que está viva!
Me detuve un poco adelante y el Negro bajó corriendo y agarró la garza que se debatía dolorida.
¡No tiene casi nada! Es apenas un ala quebrada. La voy a llevar a casa para curarla. Porque el Negro era, como todo entrerriano, apasionado por la Naturaleza, ya se tratara de tierras, plantas o bichos.
Le hizo una atadura provisoria con un repasador que llevabamos para limpiarnos las manos cuando comíamos tortas negras y otras facturas en los viajes. La colocó en la parte de atrás del banco para vigilarla y seguimos marcha.
-Si no parás la chata va a ser difícil. Respondió el Negro sonriendo pícaramente.
Aqui voy a hacer un aparte en nuestra defensa. No somos ladrones, somos chacoteros. En Entre Ríos siempre se dijo que “pelarse” un cordero es como un deporte. Además, y esto lo juraban a pie junto los más viejos, decían que si le dejabas el cuero en el alambrado no podías ser castigado, porque era señal de que lo habías hecho apenas para matar el hambre.
El “Loco” Boletti, peroncho rabioso de la tendencia, combatiente, pescador y guitarrero afirmaba con autoridad y a “boca de jarro”: “Los corderos siempre existieron compañero, cuando Rocamora fundó Gualeguay ya se comían corderos, mataban vacas y enlazaban caballos salvajes sin dueños. Después que las tropas unitarias de los porteños derrotaron al General López Jordán llegaron los terratenientes que alambraron. ¡Estudiá la historia verdadera hermano! "
¡Qué grande el Loco! No lo derrotaba nadie cuando de hablar se trataba. Después, templando las cuerdas, cantaba:
Yo pregunto a los presentes
si no se han puesto a pensar
que esta tierra es de nosotros
y no del que tenga más.
Yo pregunto si en la tierra
nunca habrá pensado usted
que si las manos son nuestras
es nuestro lo que nos den.
A desalambrar, a desalambrar!
que la tierra es nuestra,
es tuya y de aquél,
de Pedro, María, de Juan y José...
Además les digo que en casa había corderos, pero no sé por qué, los corderos “refalados” son más ricos y punto.
Ahora continúo.
Paré la chata y nos largamos a gatear los corderos, el Negro -agazapado como un tigre- y yo por el otro lado rodeando la majada. Cuando estábamos en posición los corrí y encararon directo para el lado de Valderrama. Un salto felino y ya lo tenía de las patas traseras.
Lo llevamos para la chata, lo maneamos y lo colocamos adelante, a los piés del Negro.
Antes de salir vimos que, lejos, en el casco de la estancia, había movimiento. Una camioneta celeste metálica salió levantando una gran polvareda. Veíamos seguido esa chata en la ciudad, era una V8 con la cual los Zarur Angostorena paseaban o hacían compras. No teníamos ninguna chance de escapar con la chatita diesel de cuatro cilindros.
Adelante, después de un bosque de eucaliptos, había una curva. Encubierto por los árboles disminuí la velocidad hasta casi parar y el Negro, abriendo la puerta, tiró el cordero maneado en el pastizal.
Pocos kilómetros adelante, la V8 con los Zarur y tres peones en la bolea (uno armado con escopeta) se nos atravesó y nos obligó a parar. Yo no tenía miedo, al final nadie iría a morir por un cordero. Los Zarur eran porteños y habían heredado la estancia, gente muy fina, verdaderos caballeros, no eran de pelea, los peones sí, eran de ahí, del Sexto, gente brava, aunque yo (que soy de ahí) conocía a dos de los menchos y no estaba preocupado, no los había insultado. Además el Negro, que ya se había bajado, valía por los cinco.
-¡Qué carajo les pasa pajeritos? ¡Nos quieren hacer volcar? Dijo muy serio el Negro.
No eran insultos graves, eran muy delicados esos muchachos, daba ganas de reír en lugar de ofenderse, pero igual, caminando para el lado de ellos les digo: ¿Cóóóóómooooo? ¡Respetanos hermano! O te voy a rebentar la jeta a puñetes ¡Porteño culo corto!
Aunque el insulto fue para una única persona la cosa se puso fea, como siempre me fui de boca. Me había bandeado y eso era razón suficiente para que los peones dieran un paso para adelante, al final tenían que defender los patrones. La atmósfera era densa.
Rápidamente, cortando el clima, el Negro dice con firmeza: -¿Son locos o qué tienen en la cabeza?
- ¡No lo nieguen, nosotros los vimos desde el casco! ¡Ustedes se robaron un cordero de la estancia! ¡Devuelvan el animal y no los vamos a denunciar! Grito el más chico.
Y el Negro, yendo nuevamente para la chatita, ante la mirada atónita de los cinco hombres, saca la garza blanca y dice: ¿Por acaso será éste el cordero? Me parece que precisás anteojos. ¡Busquen por toda la chata, por favor, pero si no encuentran ni un pedacito de lana los vamos a hacer hilacha! ¡Pssssssss! ¡Lo último que faltaba!
Se querían morir. La situación se había invertido, colorados, como cogote de polaco, balbuceaban disculpas mientras los mirábamos con caras de ofendidísimos. Subieron a la V8 de cabeza baja y quemando gomas salieron con el rabo entre las patas.
Después de verlos desaparecer atrás de la curva, lo miro al Negro que, con el ceño fruncido todavía, colocaba la garza con cuidado en la chata y le digo: ¡Esto merece un brindis, ensillá el mate!
- ¡Bueno dale! Y después de arrancar, así, de repente, cuando comenzaba a preparar el cimarrón, el Negro larga todo y me sorprende al oírlo decir: ¡Da la vuelta!
La adrenalina no había alcanzado a bajar y ya empezaba a subir nuevamente.
- ¿Qué pasa hermano? ¿Te calentaste de verdad? ¿Los vamos a seguir y pelear?
Y cambiando la cara fiera por una sonrisa de oreja a oreja, el Negro responde: -¡Pero nooooo hermano! A ver si nos cagan a palos todavía... ¡Vamos a buscar el cordero y seguir viaje nomás!
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